Madrugadas en desvelo
Noches enteras sin dormir
Pensamientos que van y vienen
Olas que rompen, regresan
Olas que nunca descansan
Atravesada por la inmensidad
Que llena mis ojos
Erizada mi piel por un aire distinto
Mis pies se hunden en la arena blanda
Me raspa y me abraza
La respiración en mi pecho
Sigue el movimiento del mar
Mi vientre se siente suave
Como la brisa cargada de humedad
Todo en mí vibra inmensidad
Caracola de monte que aparece en mi puerta
promesa de libertad expansiva
me recuerda lo que soy y lo que busco
Crece en mi interior el deseo de mar
Deseo de futuro sin fronteras
Un proceso, un deseo interno ineludible, una nueva forma de contar, palabras que salen desde otro lugar, una nueva yo que nace a fuerza de insistencia y constancia.
Un recorrido por un cambio interno que se abre paso, una vibración profunda que llena todos los vacíos con deseo y realidad.
Una explicación, sí, porque mi yo analítico no se fue, sigue aquí y nunca me va a dejar, aunque ahora un poco se disfruta esta nueva yo que siente sin tener que pensarlo tanto.
El poema arranca con el insomnio y las olas. Esa es mi mente en movimiento constante, el desvelo como metáfora de esa vibración interna que no se apaga nunca. Ya no es desvelo rumiativo, de ansiedad sin rumbo, de vacío. Es un desvelo fecundo, lleno de imágenes y sensaciones.
La primera estrofa marca que mi deseo y mi búsqueda son como el mar. Incesante, inevitable, imposible de contener.
La segunda estrofa cambia el foco, pasa de lo mental a lo sensorial. Ojos, piel, pies. Lo que era solo pensamiento ahora se encarna. Esa transición es clave porque me enfrenta a mi dificultad de dejar de explicar todo. Aquí mi cuerpo habló primero, para balancear la contradicción.
La tercera estrofa es tal vez, hasta para mí, la más enigmática. Es texto que no salió de mi mente, salió directo de mis entrañas. Son versos que no explican, dicen desde lo visceral. Ese vientre que vibra es a la vez deseo, energía vital y la apertura a lo femenino. Allí está el núcleo de lo que estoy viviendo, ya no es control, es dejar fluir.
Los últimos versos le dan al poema el anclaje simbólico. La caracola encontrada en el monte, la irrupción del símbolo en lo real. Lo que sentí como sincronicidad, algo que no es esperable encontrar ahí, pero aparece justo en mi puerta. El poema lo resignifica como llamado y confirmación: no es solo naturaleza, es un espejo de mi deseo.
Así se cruzan dos planos, por un lado, el mar externo que representa el viaje, el movimiento, lo que le pido al universo. Y, por otro, el mar interno, lo femenino, la apertura. Lo que plantea este cruce es que el deseo de mar es una vibración interna que pide libertad amplia, expansiva, salvaje.
El proceso de escritura es en sí mismo un camino que muestra la contradicción y el cruce de planos. Primero salió lo sensorial, sin filtro. Luego empecé a explicarlo y lo sentí sucio, contaminado, me frustré, no me gustó. Volví al primer borrador, le di retoques mínimos, cambié imágenes para hacerlas más “universales”. Luego lo releí hasta que aparezca el sentido que esas imágenes me estaban contando, allí agregué la última estrofa sobre la libertad expansiva como declaración de principios.
Al final dudé entre si el deseo de mar que está en mi interior “crece” o “fluye” y decidí quedarme con “crece” porque habla de cómo vivo mi proceso. No es algo que se derrama y transita sino algo que se está gestando y agrandando, como semilla que brota.
En el fondo el poema es una segunda narración de mi transmutación, la etapa nueva en que el umbral está quedando atrás y veo nacer esa por la cual lloraba en marzo, la que no sabía ser. Es el futuro esperado abriéndose paso.
Como “interpretación” final, el poema muestra que mi deseo no es algo liviano, fortuito, sino una fuerza creadora. La caracola hallada en el medio del monte es la metáfora perfecta: un pedazo de mar en tierra seca, como yo fui movimiento en un contexto que muchas veces me quiso quieta. El “deseo de futuro sin fronteras” no es solo un cierre, es una puerta a crear una nueva idea que logre captar cómo se construye ese mismo tiempo que aún no llega pero que ya está en nuestro interior. La frase nombra lo que vengo trabajando hace meses, un llamado a abrirme, moverme, confiar.

Deseo de futuro
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