Mi decisión de no ser un personaje
Uno de los personajes más complejos e intrigantes de la literatura y el cine en una de las escenas más intensas y emblemáticas que convierte la vida en un relato de lucha y supervivencia. Mi novela preferida desde muy chica, Lo que el viento se llevó.
¿La escena? Scarlertt cansada, derrotada, sintiendóse sola en la lucha, con miedo, con hambre. Ella en la huerta de la finca familiar, saqueada y arrasada por los yanquis, buscando algo que meterle a su estómago. Ella vomitando por comer un nabo medio ácido y lleno de tierra, arrodillada sin doblegarse, llorando.
Scarlett levantándose y agitando un puño al cielo y poniendo a Dios como testigo de que no está vencida, de que va a sobrevivir y de que cuando todo termine nunca más va a pasar hambre, ni ella ni los suyos, aunque tenga que mentir, engañar, robar o matar…
Música drámatica, un atardecer brillante, un campo inmenso, desolado y una sucia, despeinada y harapienta Scarlett parada al lado de un árbol sin hojas con su puño en alto. Toda una escena de la no rendición, de la fuerza que empuja a seguir cuando todo está perdido y no hay salida. Hermoso, poético, épico. Sin embargo, la realidad a veces no tiene ese color, la realidad parece más desdibujada, el hambre no viene con música, no viene con belleza en la descripción.
En otro escrito hablé sobre el relato del dolor y cómo todo un sistema nos prepara para tener todas las palabras para describir, contar, narrar lo dramático, lo sucio, lo crudo… también conté lo mucho que me cuesta dejar ese personaje, porque es lo que aprendí desde que nací, en la familia, en la escuela, en la vida. No se merece sin sacrificio, no se gana sin esfuerzo, no se logra sin épica. Y si duele, se llora en silencio, a solas. Si no podés haces lo necesario para no pedir ayuda, para no necesitar a nadie, eso es la fortaleza y si aun así no podés, fracasaste y mereces pena, no dignidad.
Y así me siento sentada frente a la computadora escribiendo esto en silencio, con la bomba de agua rota, con la heladera vacía y apagada hace 15 días, con frío, con hambre, con un té como almuerzo, con los vidrios mojados por la lluvia de hoy, un día gris que mete más épica en tu relato para que lo que ya duele, duela más. Llorando y sintiendo que mi escena no es un juramento ante Dios, ni un puño levantado sino una promesa hacia mí. “No me van a vencer” decía Scarlett, no estoy vencida digo yo y mi promesa es conmigo, para mí, porque esto no me define. Voy a salir de acá pero no mintiendo, robando o matando, voy a salir en mis términos, sin épica y con mi dignidad intacta.
“Sos una llorona quejosa haciendo un berrinche” me dice una yo interna que se comió el verso de que la fortaleza interna es aguantar callada, tragándose las lágrimas para que no te tengan lástima o te vean débil.
“Tenés que salir de esto haciendo lo que sea necesario para superarlo, buscá, salí, hacé, caé y levántate mil veces, golpeá todas las puertas, hacé todas las cosas que se te ocurran a vos y todos los que desde el corazón te aconsejan caminos que pueden sacarte de ahí” me dice otra que cree que el sacrificio es el camino, el esfuerzo es la salida, la acción es la solución.
“No podés sola, nunca pudiste y nunca vas a poder” me dice la que criaron sometida, la que acusan de falsa empoderada, la objeto de burla y con la etiqueta de loca inconsciente con sueños que no puede sostener.
“Sos fuerte, podés con esto y con mucho más, pudiste siempre con todo, sos capaz, sos inteligente” dice esa voz que se tragó el cuento de la lucha épica como modo de conformarse y no desacomodar el sistema que te explota mientras no llegas a ningún lado. Mientras seguís sin resultados en medio de miles de luchas invisibles, diarias, que no se cuentan en la literatura o el cine.
Y en entre todas esas voces, entre todos esos personajes que alguna vez actué, surge una que no es voz. Es raíz, que viene desde muy profundo en mis entrañas a decirme, a hacerme sentir, que lo único que necesito es estar en mí. Vivir para mí, conmigo, desde mí y que, en ese acto de rendición, en esa acción sin dramatismo, sin épica y sin testigos, todo se va a resolver. Por mí, desde mí, para mí.
Lo que me pide esa sensación interna es que confíe en mi cuerpo, en mi sabiduría no mental. Y en ese intento, por primera vez, siento que soy carne, sangre, agua, fuego, aire y tierra todo al mismo tiempo. Ya no una máscara, ya no un personaje. Ahora solo tengo que escuchar mi vibración interna y dejarla llevarme hacia mí. Porque las decisiones no se toman desde la resistencia o la superación del dolor, sino desde haberlo vivido, conocido, sentido y atravesado con la intuición intacta y el cuerpo como guía y aprendizaje.

Una promesa sin testigos
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