Un proceso interno desordenado
Hace unos meses pensaba que era muy difícil llegar al lugar en el que me encuentro hoy y que además de difícil no sabía si me iba a animar y si luego iba a poder sostenerlo. Todo lo que escribo últimamente tiene el tono de una persona dubitativa, quejosa, frustrada, miedosa, sin fuerzas… y sí en parte es lo que me encuentro siendo ahora.
“Son demasiados cambios”, me digo, “está bien si no podés”. “Son demasiadas cosas que afrontar, pero mirá todo lo que lograste hasta ahora”, “tenés mucho para agradecer”, son otros de mis mantras actuales.
Sin embargo, saber cómo se está dando mi proceso, tenerlo pensado, analizado, escrito, no me está dando el resultado que esperaba, bah, probablemente sí, pero mi mente me reclama otras cosas. Me resulta tan imposible superar la autoexigencia que hasta para penar me pongo estándares a cumplir.
La versión de mí que estoy intentando dejar atrás es una personalidad que construí con tanto esfuerzo, tanto perfeccionismo y exigencia, durante tanto tiempo, que desarmarla y reaprenderme me parece un trabajo que no estoy segura de querer hacer.
Una voz, un camino, una yo
Me debato entre muchas cosas, lucho en muchos frentes, contra mí misma sobre todo. Hay dentro mío demasiadas voces que gritan para tomar la palabra que dirige la acción. Pero si hay una luz es aquella que estoy aprendiendo a ver, que se relaciona con algo que hace mucho tiempo escuché como estrategia para lograr mantener el orden dentro de un aula con 30 o 40 adolescentes. Decía este consejo: “gritar nunca va a hacer que te escuchen, cuando todo sea caos y nadie preste atención porque cada uno está en la suya y haya demasiado ruido, sentate y habla en un tono calmo, constante, a un volumen bajo, vas a ver que de a poco se van callando y van prestando atención para escucharte”.
Me pareció algo impracticable en ese momento, sobre todo porque esa yo era incapaz de sostener un tono bajo. Siempre me caractericé por un tono de voz fuerte, con presencia, que impone autoridad, no con gritos ni de manera autoritaria pero sí con seriedad y distancia. De todos modos, con el tiempo fui entendiendo la verdad detrás de esa estrategia, sí funciona y pude comprobarlo, tanto en el aula como en mi propia mente. Hoy es la estrategia que usa mi voz genuina, la que sabe hacia dónde estamos yendo, aunque todavía no lo diga.
Y ahí entra otra de las cosas que más me están pasando hoy. Esto de que parece no haber rumbo, ni plan, ni ninguna certeza de nada y, así y todo, voy hacia un lugar con mucha seguridad, tomando las decisiones que jamás hubiera tomado en otro momento. Sin base alguna, sin saber nada, sin entender, sigo. Pero no solo eso, además de ir “a ciegas” voy con un convencimiento que por momentos me asusta y aunque no entienda mucho, por primera vez ya no busco entender, solo respiro.
La única explicación que le encontré a todo esto es que esa voz sabe algo que yo no y que como habla con tanta calma sería cauto confiar en ella… Luego leo y escucho a mucha gente diciendo “el alma, el cuerpo, nuestra esencia sabe las cosas antes que nuestra mente” y entiendo que confiar no solo es cauto sino necesario.
Ya he escrito mucho acerca de que el sistema nos empuja a ser nuestra mejor versión como modo de mantenernos ocupados mientras somos usados para sostener la explotación, la injusticia y la desigualdad del propio sistema, pero todo lo dicho y sostenido desde la convicción no invalida que haya un deseo interno genuino en nosotros de ser mejores para vivir mejor.
La batalla casi ganada
Mi batalla más importante es con una versión mía que se resiste fuertemente a soltar las riendas, una persona estructurada, intelectual, seria, crítica, exigente, dogmática esa que desde hace muchísimos años tiene encadenada a la otra que sé que puedo ser, la espontánea, alegre, tierna, salvaje y libre. Esa que solo aparece a veces.
Esta se convirtió en una lucha casi eterna entre una yo altamente temerosa que quiere tener todo bajo control para que el mundo no me siga mostrando sus peligros, para que estemos a salvo de la burla, la vergüenza, el abandono, la violencia. Contra otra que quiere ser libre de elegir, de mostrarse, de hablar sin que el peligro real o inventado nos aceche internamente todo el tiempo.
Y en esa guerra que la ternura y la espontaneidad están a punto de ganar, me sigue faltando el sustento material para que nada, ni nadie venga a derrotarme nuevamente. Porque para ser una valiente que enfrente la incertidumbre y las voces internalizadas del sistema necesito autonomía, independencia.
He allí mi otra lucha, la actual, la de mantenerme por mí misma sin comprometer mi deseo de hacer lo que realmente quiero por sostener una estructura que se lleva todo de mí. Desde muy joven el mandato de cumplimiento y la “responsabilidad” se llevaron mis mejores años y mi fuerza. Sostener algo porque es lo que se espera, porque es lo necesario para después sí poder hacer lo que uno quiera. Esa trampa, esa “zanahoria” que me tuvo presa de ciertos trabajos, de una pareja, de una casa, de roles que no quería durante tanto tiempo…
El proceso consciente continuo
Hoy, aunque no tenga para comer prefiero seguir intentando ganarme el pan con lo que quiero hacer de acá en más que meterme de nuevo a hacer algo para salir del paso y hundirme otros 30 años en el barro.
Sin embargo, no es tan fácil mutar de base, cambiar de ideas, dejar los patrones atrás. Porque eso que fui tantos años no va a dejarme, la tarea es más compleja que ponerse otra piel, es seguir adelante eligiendo conscientemente qué es lo que pensamos y hacemos mientras eso aprendido sigue dentro nuestro haciendo fuerza por tomar las riendas.
No paralizarse por el miedo a lo desconocido es una elección que debe tomarse a cada momento, cada vez que queremos ir en busca de un objetivo. No hablarse mal, no dejar que las palabras en nuestra mente den forma a una realidad frustrante, es algo que se construye todo el tiempo estando presente en la narrativa de nuestro propio yo. Apagar el piloto automático y agarrar el volante de nuestra vida supone prestar atención todo el tiempo a las maniobras que se requieren para atravesar el camino. Y todo esto es tan “simple” como vivir en el presente constantemente con conciencia y decisión.
El otro camino
Y, justamente por toda esta dificultad es que, por momentos, es más fácil rendirse a la automatización, dejarse llevar por la comodidad de vivir una vida incómoda y no subirse a la agobiante tarea de llevar una vida libre y consciente. A mí eso me pasa todo el tiempo, por momentos quiero negar todo lo que aprendí y sumirme en un estado de ceguera que me posibilitaría descansar y no sentirme frustrada por no poder sostener la lucidez constantemente. Pero ya no puedo porque hacer eso es traicionarme, es abandonarme, es no cuidarme y eso ya lo hice durante demasiado tiempo.
Tengo muchos ejemplos de momentos en mi vida en los que mi estrategia fue la negación y cómo eso afectó profundamente mi autocuidado. Para hablar del más evidente, podría contar cómo frecuentemente preparar la comida o elegir los alimentos eran obligaciones que me enojaban, porque las sentía como cargas. Lo hacía rápido sin demasiadas ganas, como si no valiera nada dedicarle tiempo a nutrirme. Hoy elijo que esos momentos sean un ritual de cuidado, de amor propio, porque la acción de prepararme cualquier alimento del día, es poner la atención en mí, en mi salud y mi bienestar.
Lo cierto es que a causa de lo titánica que resulta esta tarea, poder saber quién quiero ser queda al fondo de una larga lista de comportamientos, actitudes y pensamientos que tengo que dejar de lado para poder llegar a ese objetivo.
Mi camino
De todas formas, ello no me hace desistir porque estoy convencida de que va a valer infinitamente el esfuerzo que requiera.
Aunque nunca llegue a ser del todo esa que idealizo en mis deseos, porque tal vez quede a mitad de camino entre la que fui, la que estoy siendo y la que nunca me voy a animar a ser… sigo buscándome. Para no perderme, sí, pero también para cumplirle el deseo a esa niña que siempre estuvo esperando que alguien la vea, la cuide, la ame.

¿Quién quiero ser?
•
Deja un comentario