Viajar a lo incierto, pensar en movimiento

Representación abstracta de una red de nodos conectados por líneas brillantes sobre fondo oscuro, evocando un sistema algorítmico o red neuronal simbólica de los patrones emocionales repetitivos.

El algoritmo de las heridas

Ilustración realista de una pareja mirándose con ternura. Sus cerebros, parcialmente visibles, muestran redes neuronales brillantes que aluden a algoritmos internos. La escena transmite conexión emocional profunda y consciencia mutua, simbolizando el deseo que reconoce y desactiva patrones inconscientes.
Visualización del algoritmo emocional: la pareja representa cómo nuestras elecciones afectivas pueden estar guiadas por patrones inconscientes que se activan ante señales familiares, incluso cuando parecen elecciones espontáneas.
Dos personas jóvenes, un hombre y una mujer, de espaldas entre sí, cada uno con una pinza cortante en las manos, cortando conexiones de una red luminosa que representa un algoritmo. Ambos están concentrados, con expresión seria y decidida.
Ilustración realista de una pareja rompiendo, de forma simbólica, los patrones repetitivos del algoritmo emocional que condiciona nuestras decisiones. Cada uno corta una parte diferente de una red de nodos brillantes, señalando el acto consciente de interrumpir vínculos automáticos y heredados.

  1. Cuando en este texto hablo de “la herida”, me refiero una configuración emocional profunda que se forma a partir de experiencias vividas como dolorosas, desbordantes o incoherentes en relación con los recursos que teníamos para procesarlas en ese momento.
    Desde el psicoanálisis, una herida es una huella psíquica que deja una experiencia que no pudo ser simbolizada, algo que el aparato psíquico no logró representar, entender o integrar, y que retorna como repetición. No importa tanto lo que ocurrió objetivamente, sino cómo se vivió subjetivamente. Muchas veces no se trata de grandes traumas, sino de cosas que hoy parecen mínimas, como un tono despectivo, una mirada que ignora, una exigencia constante, pero que, en la infancia, se sintieron como fallas en el amor o la seguridad básica.
    La teoría del apego complementa esta mirada mostrando cómo esas vivencias repetidas de desajuste emocional, no necesariamente violentas, pero sí desconectadas, caóticas o indiferentes, forman modelos internos de vinculación que definen cómo esperamos ser tratados, cómo interpretamos el afecto, y qué creemos que merecemos.
    En ambos marcos teóricos, la herida no es solo lo que pasó, sino también lo que no pasó, lo que no se nombró, no se sostuvo, no se escuchó. Por eso, aunque no haya una memoria explícita del dolor, muchas veces ese patrón vive en el cuerpo, en los vínculos y en la forma en que deseamos. ↩︎
  2. La teoría polivagal, desarrollada por Stephen Porges en la década de 1990, postula que el sistema nervioso autónomo responde jerárquicamente mediante tres vías evolutivas: 1) el sistema ventral vagal, que favorece la conexión social y la calma cuando percibimos seguridad; 2) el sistema simpático, que activa la lucha o huida ante peligro; y 3) el sistema dorsal vagal, que produce congelamiento o desconexión frente a amenazas extremas. Estas respuestas operan por debajo del umbral de la conciencia y configuran nuestra forma de estar en los vínculos. Véase: Porges, S. (2011). The Polyvagal Theory: Neurophysiological Foundations of Emotions, Attachment, Communication, and Self-regulation. ↩︎

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